Sunday, February 26, 2006

el cámara

la florida


Wednesday, February 22, 2006

intoleranz

Lee se sube al metro en la estación Kottbuser Tor de la línea 1. Con su acordeón envuelto en bolsas negras de plástico. Echa una mirada rápida en busca de espías mientras las puertas se cierran y desenvaína su aparato. Comienza a tocar una melodía que recuerda haber preescrito después de escucharla, estupefacta, en un festival gitano de Sofía. Es observada con curiosidad y aburrimiento, mientras la música se mezcla con la de los audífonos y la ciudad. Una señora, que aprendió a los 25 a serlo definitivamente, sin muestra alguna de deseducación y descortesía, intrometida, de mirada fría, calculadora, bosteza trémula, poniendo a Lee al tanto de su hastío. Sutil. Lee se da por desentendida. Mira para otro lado y presiona su instrumento con más impetú. Su voz se agudiza, alta y fuerte.
Un grupo de turistas españoles baila y hace imitaciones sin mucha gracia de un baile del tipo andaluz, con los brazos en forma de serpiente ascendente y las caderas torpes.
La sevillana se va en la madrugada. Pienso. Más vale que me la encuentre esta noche. Habíamos quedado en Ostbahnhof a las 8, para ir por unos tragos a la casa de la animadora y luego a un club cercano, bailaríamos hasta que su tren la dejara, ese era el plan. No tenía reservaciones en el hotel para esta noche. Vendría sin problemas a pasarla en mi casa.
Unas muchachas turcas de no más de quince se sientan al frente, escotadas, tostadas, pintadas con verdadera técnica, los pelos erizados rubios y castanos. No se callan. La de la izquierda sostiene su celular en la mano apuntando a su colega, con una canción muy chillona y a todo chancho saliendo de él, en calidad dañina. Pero ella parece estar orgullosa de su walkietalkie musical. Realmente lo goza. La tipa con el acordeón y labios fucsia las mira con cara de enfado. Destruyen su performance. En la siguiente estación se bajan, hablando en códigos, les miro el relieve del culo en perspectiva y luego de perfil: apretado, redondeado, oscilante. Como lo mueven las pequeñas turcas. Como mastican chicle, mientras hablan, humectándo a menudo sus labios, asegurándose de ser escaneadas, deseadas, usadas en sueños. No tenían de qué preocuparse, había guardado esos datos para más tarde. La acordionista no ha finalizado. Continuó tocando a pesar de las interrupciones de los nuevos pasajeros. Esta vez bailaba un poco, no menos torpe que los españoles que ya habían olvidado la música y ahora gritaban no sé qué cosas con z.
Una señora, calculo que ya en su último invierno, con cara de sermón, miraba fijo las pantis de la acordionista, con agujeros sexis en las rodillas y en la parte lateral de los muslos. Flectó, un poco cuando el acorde final se extendía triunfante. Sacó un sombrero de lana de la bolsa de plástico y caminó con los brazos encogidos, deseando un buen día para todos. Colectó un par de monedas. Mías. Y no es que tenga dinero para regalar, pero me tocó. En cierta forma la melancolía de sus notas, que fueron inspiradas en otros tiempos, en otra tierra. Celebrando el vino. La camaradería. El carnaval. Las nuevas generaciones de adolecentes fecundas. En el fondo se estaba riendo de ella misma, y fuí el único que la acompañó.
Luego nada interesante ocurrió. Los mismo tipos acabados de siempre deseando tirarse a una de las turcas o por lo menos morir. Pero tampoco tienen la iniciativa para eso.
También está el tipo sensible. Que observa sin ser observado y reune información. Se apiada de su especie pero esta sometido a ella, se preocupa de sus pantalones y pinta su cuerpo en señal de contienda. Cada quién se sienta sobre su propio trasero.
No tenía nada que hacer. Esperé. Unas estaciones más allá y aparto del carril, me dije. Caminé por el vagón y me senté en uno de los poco asientos que quedaba libre. Al frente una tipa de unos diecisiete, muy rubia, un poco regordeta y con la cara tapizada de puntos rojos reposaba su cabeza en el hombro de un púber de trece, escuálido, con ropas cinco tallas más grande, un pañuelo en la cabeza y un gorro con la vicera a las 11 encima. Tenían una expresión que he visto en rostros de gente que ha perdido sus casas en un siniestro. Cara de emergencia. De máxima protección. De aislamiento, desesperación. Y aún así de paz. De tranquilidad y paciencia absolutas. En marcialidad constante. Perseguidos por sus propias sospechas. Resignados. Delirantes. Con las manos sujetas y la tristeza de la intoleranz que los une.

Tuesday, February 21, 2006

personajes

Norman, Charlot y August van en el motor-home-imbiss de Norman. Por la carretera de ¿ mirando en silencio el camino. Transportan un ataúd en el techo del vehículo. Es Pfand, quien ha sido asesinado hace unas horas en el metro de Berlin. Los cuatro se conocieron en una escuela humanista de centro izquierda, hace 10 años, en una ciudad que no figura. Fueron amigos durante los estudios y luego, al terminarlos, se separaron. Cada uno siguió un camino diferente. Norman prepara omelettes para camioneros en posadas de la carretera. Charlot es dramaturgo autodidacta y trabaja con un escenógrafo en cavernas de distintas ciudades, hace teatro político, sangriento y explícito. August dirige porno, de bajo presupuesto. Y Pfand, tocaba una guitarra en los trenes por monedas.
No tienen muy claro donde van, pero están acostumbrados, no han parado de viajar por mucho tiempo. Hablan de venganza, especulan sobre qué enemigos se trata, cuales fueron los motivos. Hablan del entierro. De la muerte en silencio. ¿Por que lo habian matado?
A Pfand no le bastó alegar. Fue un endemoniado. No temía decir cuan podrido estaba. Hablaba de terrorismo, como si fuese una medida legítima para acabar con convenciones hipócritas y de particular interés para familias oligarcas. Creía en la guerra civil sin juicio, que debía estallar en cada campo, en cada pueblo, en cada ciudad y en fin en cada rincón del planeta donde habitara parte de la especie, para que los distintos escalafones tuviesen significado o lo perdieran definitivamente. Terror. Todo era más tenebroso de lo que parecía. En el rol de un loco, pero no de idiota, que no son más cuerdos que un imbécil, pero tratan todo el tiempo de ocultarlo. Por vanidad.
Se preguntó como funcionaría una sociedad que lidiara unánime con su oscuridad. Con sus confesiones insanas. No para reemplazarlas por fábulas optimistas que alimentan a los embusteros, oraganizadores celestiales. Como una familia que no se oculta nada, que comparte sus degeneraciones evitando la implosión, tomando en cuenta las tinieblas que les sugiere amable y sin segundas intenciones, el camino necesario.
El caracter incierto de nuestra existencia se confirma incansable e inútil con la utilización reiterada de la mentira, en el amplio sentido de ésta. Qué es lo que estás respirando, incrédulo.
Una calcomanía verde es suficiente.
Antes de irme por la cañería, un rato, a bucear, a encontrar otro lugar de veraneo; lejos de las playas de la zona central, que se agitan mucho para mi gusto y consiguen darme dolor de cabeza, las muy putas.
El porno ultra fetiche de mi compañero. Prescinde de los desnudos totales, porque se basa, más que en los surcos tibios femeninos, o en el ojo irritado masculino (y su inminente encontrón), en las formas, en la estética de los cuerpos adornados; con cinturones que regulan el ancho de las caderas, marcando los límites divisorios del cuerpo; pequeñas porciones de ropa interior asomándose, transparencias que camuflan la piel apretada, pantis negras que se pierden junto con los muslos hichados bajo la faldas, calcetines con lunares púrpura.
Las zonas erógenas estan perfectamente señaladas. Donde se encuentran las alhajas, que no son más que estimulantes sexuales, casi adheridos, en los tobillos o en los dos dedos más largos de la mano. El coño y su fascinación, la mayoría de las veces obsesiva, recuerda a la madre, al líquido amniótico, a la placenta y el encierro en cirscuntancias inciertas, cómodas, por decir algo. La belleza al observar el movimiento de cuerpos modelados, apretados, sintetizados, resaltados, coloreados, es el placer último. El ombligo asomándose por un rato, y luego te alejas, doblándote entera, medio sonriendo, tocándote, inocente, empírica. Te aprietas y te prohíbes a ti misma. Solo extraños podrán tocarte. Sin desnudarte. Sin dejar de apretarte.

los extraños

Se acostumbraron a ser anónimos. Vagabundos que no se encerraron en convicciones desesperadas. Una vez partieron, y no regresaron. El punto final no es el caos, ni las revoluciones en manos de líderes contaminados que se dejarán asesinar, corruptos, con medios pero sin ideas. Cansados. Ultrajados, traicionados. Cada uno tiene que hacerse de su propia botella de oxígeno para trasitar con vida entre la atmósfera nauseabunda. Y es de esperarse que no sea impuro, que no os haga perder la noción de las eventualidades. Nada es tan complicado como unos viejos redundantes, asustados de la muerte, predican.
Todos piensan que es un exhibicionista, de vocación profética. Un altruista del que desconfiamos. Admira el sol y los rostros exitados, después de un susto, después de una declaración íntima a escuchas que sabrán que hacer en el momento determinado. Sucio, carente de respeto por las convenciones hipócritas de las sociedades jerarquizadas, de estructuras post y pre arbitrarias. El individualismo es un producto más a la venta. Nacimos experimentos, y terminamos siendo extraños, incluso para nuestras propias familias.
Me crece la panza. Fuera de control. Y es que ya perdí las ganas de salir. Donde unos tipos caminan con botellas de cerveza y Walkmans, que suenan fuera de ellos, como un mensaje delicado de protesta. Discretos hasta lo absurdo; he visto gente caer inconciente al piso y a nadie se le ocurre hacer nada, o es que están calculando las probabilidades de un rescate eficaz mientras el desgraciado se convulciona en un preámbulo ansioso de escuchar la sentencia de algún enviado de dios. Tienen asco de su especie. Yo aparto. En un callejón que no conozco pero que espero habitar por un tiempo, porque he dejado en ese momento de creer en el movimiento. Que es una excusa para no pensar. Y vagar, como si no hubiese otra posibilidad. De los parlantes de las tiendas, de las casas, de los restaurantes, los ruidos emanan en señal de sos. Sin mucha esperanza de ser tomados en serio. Las letras se cambian automáticas, en ensayos prodigiosos sobre hoy mismo. Más tarde nadie sabe que puede ocurrir, a nivel trascendente, cuando los materiales se fundan con los tejidos y la decadencia sea espontánea. Al menos no le tememos a la muerte, por que sería lo mismo, en otras circustancias. Estáticos. Podridos. En un silencio que por fin no nos provoca gritar como energumenos, asustados de que nadie escuche en 1 km a la redonda. La imagen del polvo es nuestro limitado y quizás único repertorio. Cuando nos tenemos que acordar de algo. Los sobrevivientes se hacen cargo del resto, en trámites inprescindibles. En el centro de la ciudad, atestado de colas para ir no sé a dónde. Nadie lo tiene muy claro.

Thursday, February 09, 2006

protestar todo el tiempo

contesta el puto teléfono, hueón.
qué te pasa?

Estábamos en la playa de Nice. Habíamos evacuado Marseille esa tarde, como pudimos; esquivando morocos, turcos, africanos del sureste, hindúes, los mojones de las calles y perros que no ladraban porque estaban en las vitrinas de los imbiss locales, entre un pedazo de cebolla y otro de tocino, convertidos en anticuchos.
Demaciado caótico para dos tipos más bien tranquilos, de pueblo caluroso y lento. Felipe no aguantó. Dijo que en cualquier momento se armaba una guerrilla, para definir territorio; entre los comerciantes de fruta y los de telecomunicaciones, los textiles, los de la fiambrería, etc. Acaso ya no estábamos en medio de ella. La convivencia pendía de un hilo, en cada esquina. Sujetado quizá por una especie de respiro que otorgaban las autoridades, manteniéndose al margen, permisivas, para que los ciudadanos hacinados pusieran sus planes de supervivencia en marcha. Por unas horas. Luego serían interrogados, les pedirían sus papeles y los azotarían bajo una luz escasa, protegiendo la luna que le pertenece a los ricos. Eramos prensa, médicos sin frontera, reapartidores de colchonetas, rehenes, partidarios de La Canebière, simpatizantes de los ambulantes, al fin, unos tipos entrometidos que no tardarían en arrancar.
Los italianos nos tenían rodeados con sus fuegos artificiales contrabandeados. Alharacos. Borrachos. Corrían por la playa desnudos y gritaban en todas direcciones. Estábamos sentados en la arena, sin prestarles demaciada atención, tomando vino y hablando de la familia y las nuevas sociedades huérfanas. A las 12 nos abrazamos sentados.

-Supe que te habías hinchado. Espantoso, alergia o qué?

-No lo tengo muy claro. Fue asqueroso en todo caso. Estuve a punto de llamarte para que vinieras con una manguera y un balde a aspirarme toda esa mierda.

-Y por qué no lo hiciste?

-Las vecinas deben haber escuchado los gritos de horror cuando me miré al espejo. Estaba convertido en un berlín, no lo podía creer. Llamaron a la ambulancia. Llegó en 10 minutos y me inyectaron epinefrina. No quice desproporcionarlo, es decir, para cuando llegaras, sin la menor idea de que hacer, aguantando el vómito, yo estaría agonizando bañado en mi propio pus.

-Bah, de todas formas me hubiese hecho bien hacer un pequeño viaje, cambiar de aire.

-Por qué?

-Estoy un poco deprimido. Y no es necesario que me recomiendes ver a un sicólogo ni que me des una cátedra por teléfono de esas prácticas esotéricas impulsadas por el budismo. No necesito píldoras de nigún tipo.

-Ni si quiera..

-No, tampoco. Es cansancio, eso es todo. Me degenero. Unos tipos con recursos ilimitados se tomaron la molestia de ordenar el resto de mis días. Para que su puta ascendencia conserve esos recursos. Malditos déspotas. Inventan negocios para meter sus traseros en fraternidades, entidades, comunidades, asociaciones en general. Pretendiendo tener amistades, patners, que se comen lo que les cocinan y se van contentos. Acaso tu no te sientes atado?
Por qué te vas a Curanipe con ese artesano de mierda?
cerca de Talca?
Son sus manos callosas, de tanto correrse la paja y sus ojos misteriosos, que están vacíos, inyectados de efectos secundarios y nublados. Porque no puede ver más allá de su nariz, el muy narciso. Como todos. Y se sabe un par de fracesitas encantadoras y otras intimidantes que se preocupó de aprender de la abuela a lo largo de su infancia. Fanática de Clark Gable, pensó que esa basura de nieto tenía rasgos seductores. Pobre. Sedada hasta en sus sueños, con retención urinaria, en regresión permanente.
Ahora el cerdo se las dá de jipi, y hace muebles carísimos para señoras educadas por revistas de cocina y decoración + libros de relatos candentes: victorianos y coloniales. En la arena, mirando el cielo, que difícilmente se va a presentar nuevamente ante la humanidad así de claro y contrastado a la vez. Borrachos han olvidado todas sus vidas y nacen esa noche, felices, como niños huyendo.
Despido cortésmente a ese pazguato y tomo su lugar en la arena. Me pongo al tanto, sacándome esta ropa de invierno de mierda.

Monday, February 06, 2006

no puedo cortar mi propia barba

Los escritores no llevan vidas emocionantes.
Fue la primera lección que Gonzalo Contreras dió a un grupo bastante heterogeneo y ridiculamente numeroso al comenzar su taller literario de invierno. Tartamudeando, un poco acongojado. En la segunda sesión, una decena de ilusos, que no acreditaron esta declaración bajo ningún pretexto, creyendo que limitaba innecesariamente su disposición a enfrentar experiencias salvajes, desertó. Sin preguntárselo dos veces, sintiéndose estafados y hasta desepcionados. Sujetos optimistas. Confiaron que desde el momento que apredieran a hilar una idea con sentido, sus vidas serían un sempiterno registro de aventuras inesperadas, divulgadas en cuadernos, cartones o papel confort a lectores sedentarios, que ya les importaba un carajo la monotonía de sus oficios mal pagados, generando envidia y admiración.
Enviarían cartas desde ciudades del mundo, alimentando la colección del padre filatelo y la chauchera de la madre que no se entera de nada.
Pero, y esto fue determinante, no sacrificarían sus pies en afán de suciedad.
La ampolleta de farol titila, difuminada por la nieve que se desploma diágonal, allá afuera.
Y yo en el sillón cambio de posición fingiendo incomodidad. Miro los zapatos taco alto que están en el borde de la cama destrozada, como exhibiéndose, muy putones; de buscona de melena y chasquilla dando vueltas entre las grandes murallas de la ex DDR.
Los compró en rebaja, para descollar en su graduación. Y es lo único que dejó después de su última aparición. O se los robé.
Se marchó. Así. En ese nivel de triteza funesta, mordiéndose a ella misma y arrancándose pedazos. Desapareciendo de a poco entre fluidos y dolor. Luego de descompaginar mis textos y desatornillar los soportes de la cama.
Compró un ticket a Melbourne y yo no tuve estómago ni ganas de armar una escenita degradante de plegarias para que no abordara su plan, en el aeropuerto, observados por esos idiotas con caras de máquinas, programados para organizar fusiones y lavados de dinero, envueltos en sus propios intestinos.
Necesito ese boleto para limpiarme el culo.. es tu maldita perdición, necia.
Hoy recibí una llamada que esperaba hace dos días. Mi madre recordándome el cumpleaños de mi hermano menor. Mientras leía a John Fante con una taza de café y tabaco. Se despidió diciendo que me extrañaba. Yo también, aunque no lo mencioné.

Friday, February 03, 2006

parte II

Mientras ella me hablaba no sé qué pendejadas sobre su abuelo milico, un mártir de derecha encargado en aquellos años de expropiarle terrenos en el sur a indios y campesinos de la uva, quienes posteriormente, en un acto de injustificada venganza lo lincharon en la plaza de Cauquenes, yo divagaba. Y es que fue en un 18. Imposible hacerse el hueón. Nos poníamos un poco melancólicos como todos quizá, al hablar de la patria imperfecta, etiquetada y vendida, quemada, reconstruida. Cuando nos acordamos de la sangre vertida. Puta que palla más dieciochera. Yo andaba de enguindados y chicha, apenas equilibrando. Hecho un bueno para nada. Puede que la historia haya sido al revés.
Había algo de indigena en ella. Una nariz que podría aspirar cualquier cosa, su piel oscura y desafiante. Rodeados por la tierra misma y unas mesas de madera apolillada completamente adheridas. Je suis idiot, pensé. Y por supuesto se aburrió rápido de mi compañía zigzagueante y un poco babosa. El diálogo unilateral, desenfocado.
Era una mujer de 19 años, que podía decirle que ya no supiera.
En un momento ya no aguanté mi peso y la ambiguedad de las imágenes redundantes. Sí, ya se que eso es un árbol, no tienes por qué mostrármelo dos veces, alegaba.
Me senté. Apartado del grupo que celebraba alegóricamente cualquier estupidez. Fumé la cola de un porro que se perdía en las hendiduras de la mesa. Aturdido. Completamente solo, pensando que esta patria ya no es la mía. No porque me encontrara por debajo o por encima de ella, simplemente porque no figuraba en sus listas de inhabitantes. Es decir, compraba de vez en cuando manzanas en el mercado y discos de Chet Baker de segunda mano, pero ese aporte más bien austero a la economía local no constituye a un ciudadano completo. Más bien a un individuo socialmente mezquino. No sé por qué. El espécimen cínico, amedrentado por un anonimato insostenible. Desaparece.
Me puse los audífonos y me despedí de mi mismo. Emprendí el descenso en oscuridad cómplice.

Wednesday, February 01, 2006

tip para el 21

Era enfermante su autorreferencia. No terminaba una oración sin mencionar otro episodio aburrido de su vida. Para colmo sin ninguna relación con la converzación que intentábamos llevar. Como si cada cierto tiempo interrumpiera abruptamente su respiración y suspendiera el presente, intentando desesperado hacer un recuento. Que no se le escape nada, la línea del tiempo debe estar completa. O al menos que no olvide periodos clave para que al final de sus días pueda hacerse una idea bastante aproximada de lo aburrido que fue. Después. No sé para qué.
Le gusta citarme, es cierto. En medio de estos racontos. Cuando converzábamos y me daba por hablar disparates acerca del submundo marino. O del Black Jack y cómo gente que pasa la mayor parte de sus vidas confundida y es generalmente poco creativa, en esta mesa, sólo en esta mesa, sin importar el croupier de turno, encuentra una claridad similar a los minutos postcoitales. Cuando los sentidos se toman un descanso, amenos. Las apuestas flotan, tú flotas. Duplicando y duplicando. Siempre y cuando no haya una vieja fanática con exceso de lápiz labial al lado, mojándose entera por tu nueva fortuna. En realidad - le dije- basta con que haya un solo jugador que empiece ganando, para que dejes de poner. La racha va por turnos, igual que la repartija de cartas. Y por favor olvídate de que una mañana en la mesa de 21 va a cambiar tu vida para siempre. Digo, es posible, pero al mismo tiempo es aconsejable que te sientes con ánimos un poco tímidos de juntar dinero para cigarros y una botella de Grog.. si te crees pirata, será suficiente. Las fantasías tienen que elevarse en proporción a la capacidad que tenemos para saciarlas. Y esta frase (quizá la única coherente) es de Lihn, estimado.
En fin, el resto de los juegos es para viciosos que no tienen en qué más ocupar su tiempo o para matemáticos frustrados que tratan por medios racionales de sacar deducciones irracionales, o al revés. Mientras más te desentiendas del juego, mejor. En el rol del eterno principiante, del necio recatado, la racha os protegerá, pobre ignorante!

comparación nivel 1

La ciudad tenía rasgos californianos.
Segregada desde sus comienzos - y a propósito - por embajadores del progreso, en distritos basura, ostentosos, legalmente inexistentes, infectados, en tránsito, de aristocracia decadente y clase media ascendente, ghetto, moteles y restaurantes chinos.
Sus habitantes estafados, reciclaron ideas infalibles para hacerse de dinero fácil y rápido.
Y los carteles oxidados que indican el camino a piscinas drenadas, donde una vez se bañaron potenciales duques y hadas en bikini.
El viento que sopla fuerte por las tardes y el polvo que se mete en todas partes.
Una ciudad que no es ciudad. En guerra civil constante, sin armas ni bandos.
No florecen más que chismes, que el calor insoportable se encarga de evaporar, para que nadie ande recordando desaprovaciones infundadas sobre si mismos.
Nuestra historia será escuchada.
Los autos japoneses resusitados de las chatarrerias, convertidos en taxis, lentamente bloquean los caminos.
Y Las industrias clausuradas adornan los paisajes, se desintegran, caen a pedazos. Y los habitantes piensan que en el tiempo ésto será sólo un recuerdo amargo. Por ahora tienden sus trapos en la playa. Y esperan.