Monday, February 06, 2006

no puedo cortar mi propia barba

Los escritores no llevan vidas emocionantes.
Fue la primera lección que Gonzalo Contreras dió a un grupo bastante heterogeneo y ridiculamente numeroso al comenzar su taller literario de invierno. Tartamudeando, un poco acongojado. En la segunda sesión, una decena de ilusos, que no acreditaron esta declaración bajo ningún pretexto, creyendo que limitaba innecesariamente su disposición a enfrentar experiencias salvajes, desertó. Sin preguntárselo dos veces, sintiéndose estafados y hasta desepcionados. Sujetos optimistas. Confiaron que desde el momento que apredieran a hilar una idea con sentido, sus vidas serían un sempiterno registro de aventuras inesperadas, divulgadas en cuadernos, cartones o papel confort a lectores sedentarios, que ya les importaba un carajo la monotonía de sus oficios mal pagados, generando envidia y admiración.
Enviarían cartas desde ciudades del mundo, alimentando la colección del padre filatelo y la chauchera de la madre que no se entera de nada.
Pero, y esto fue determinante, no sacrificarían sus pies en afán de suciedad.
La ampolleta de farol titila, difuminada por la nieve que se desploma diágonal, allá afuera.
Y yo en el sillón cambio de posición fingiendo incomodidad. Miro los zapatos taco alto que están en el borde de la cama destrozada, como exhibiéndose, muy putones; de buscona de melena y chasquilla dando vueltas entre las grandes murallas de la ex DDR.
Los compró en rebaja, para descollar en su graduación. Y es lo único que dejó después de su última aparición. O se los robé.
Se marchó. Así. En ese nivel de triteza funesta, mordiéndose a ella misma y arrancándose pedazos. Desapareciendo de a poco entre fluidos y dolor. Luego de descompaginar mis textos y desatornillar los soportes de la cama.
Compró un ticket a Melbourne y yo no tuve estómago ni ganas de armar una escenita degradante de plegarias para que no abordara su plan, en el aeropuerto, observados por esos idiotas con caras de máquinas, programados para organizar fusiones y lavados de dinero, envueltos en sus propios intestinos.
Necesito ese boleto para limpiarme el culo.. es tu maldita perdición, necia.
Hoy recibí una llamada que esperaba hace dos días. Mi madre recordándome el cumpleaños de mi hermano menor. Mientras leía a John Fante con una taza de café y tabaco. Se despidió diciendo que me extrañaba. Yo también, aunque no lo mencioné.

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