Deja que se vaya, que atraviese la muralla que se pierda pilucha en la playa
Y que amanezca otra vez
Fuera del peligro letal de su saliva y su mascada y su rabia
Extirpa ese apéndice que se agarra de las bolas y de los codos y chupa
Bolsa de carne a cuestas y nos cambiamos de madriguera
Tu ves a los lejos a los camaradas histéricos orbitando en posas de ectoplasma y jugos que deja al pasar, como insectos concientes, adictos a su néctar infértil.
Empieza esto con una fuerte sospecha de lo inútil que me he convertido. Sin espacios que llenar incluso bajo una densa y transitoria resignación. En una hilera de iguales pero aturdidos colegas esperando el llamado de la fortuna. Remarcando obsesivamente las oraciones prefabricadas para los múltiples formularios. Los puntos de las ies se alteran desde estrellas a corazones rajados a cruces indefinidas a comas y acentos que taladran el papel. En ese espacio ambiguo donde hay que sellar el destino, las metas, los objetivos. Y no tengo idea de nada, salvo que puedo dibujar las letras más imposibles, borrar las manchas con pan, con tal de llamar la atención de los inspectores petrificados y esquivar el sinsabor de esas filas atestadas.
Esto se siente como el desorden El olor incontenible de las sombras maní tostado maní El flash melodramático, que ilumina todo como la primera madrugada del mundo Lo estamos pasando dinamita Mordiendo uñas rojas de fiebre La leche guillotinada esparcida en tu uniforme temporero brilla como si estuviese todo en tinieblas El acero muerto en una parálisis suspendida Un tren naufraga en el asfalto
Los vecinos y el cahuín a la orden del día, ahora sin paredes, expuestos como en dogville pero sin hacerse los locos. Estan todo el día a la vista de los que quedan, entre el barro y los escombros, televisores, muñecas, microondas, monopatines; objetos tiernos e interfectosen las ruinas manoseadas del suburbio. Izaron una bandera en el frente- para avisar que están vivos y declarar una pertenencia lejana. Testigos obscenos de sus propias excavaciones, como arqueólogos avaros y silenciosos. Recolectan artefactos oxidados y acaparan. Dejando ver en ese materialismo escencial, que no somos más que números descendiendo en una cuenta regresiva.
Ariel llego en bicicleta desde Puerto Williams, recolecta todo tipo de metales para venderlos a 40 pesos el kilo. Tuvo su propio maremoto el ‘92, cuando perdió a su hijo y a su esposa en un accidente todavía misterioso. Desde entonces cogió su bicicleta y se puso a pedalear por chile parando solo a cachurear, de desastre en desastre, olfateando como un sabueso famélico tesoros ferrosos, chatarra de sentimentalidad confusa. Construye a su propio modo. Y al final del día mezcla las ganancias en una olla carbonizada y se lo embute con ganas.