Sunday, March 05, 2006

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Quizás Lost in Traslation fue decisiva. Y más que nada por su nombre, no cabe duda. Traslación o tránsito, que me imagino no son la misma cosa, pero las dos dan una idea, al menos fonética, de movimiento sostenido. Y un poco esta cinta es movimiento, nada más. Movimiento confuso, indefinido, espectante, en silencio y en alguna parte de esta centrífuga de colores periódicos hay alguien perdido. O sea todos.
Porque antes de ver esta película todavía divagabamos, sentados en algún lote de estacionamientos, y con una crisis de nostalgia prematura. Reciclando cuanto más se pudiera, porque todo pasaba muy rápido, mientras la economía se definía muy bien a sí misma. Mucha gente no lo resistió. Se aislaron voluntariamente en pueblos pequeños, lejos de los medios, para alentar el proceso y tener la posibilidad de verlo desde otra perspectiva. Como en sus propios western, mantenlo simple, mantenlo en acción. Los personajes no sufren mayores cambios, es decir, pueden ser traicionados por sus confidentes o por la prostituta más cotizada del burdel, pero continuan siendo simples, siendo egoístas. Y nosé por qué sienten esa necesidad de definirlo tan pronto. Hacen una procesión de sus existencias. De aquí para allá. Yo soy el bueno. Porque el malo es definitivamente un abyecto: come con la boca abierta, no respeta a las mujeres (las golpea con los tubos de la aspiradora), se rasca los sobacos y luego se olorosa los dedos perfumados, saluda cuando se le da la gana, en fin, no conoce la cortesía ni los códigos sociales, no tiene problemas en asesinar en nombre de la mala vida, roba, se tira pedos en público, abusa practicamente de todos, jamás a pisado una iglesia, y muchos otros reproches del estilo.
Hay individuos que esperan ser rocojidos en algun punto del caos. Por unas criaturas que inventaron, seguramente dopados o ilegalmente relajados, sólo para tener y pertenecer a una posibilidad distinta. Sin fundamentos, sin estudios. Pero da lo mismo, cuando estamos prontos a desaparecer, enterrados en nuestra plasta, asfixiados por nuestros peos, nada importa. Es una oportuniadad única para ser original, y hacer y creer lo que quieras, porque no quedan nada más que esos minutos. La mayoría de los oportunistas temerosos de no haber cumplido con ciertos trámites en su pasado de devotos temporeros, necesarios para entrar en la divina providencia, se comunican en voz alta con el Todopoderoso, sin meditar antes acerca de la congestión comunicacional que se arma, seguramente, ante escenarios apocalípticos.
¡Salten!, para no sentirlo tan fuerte – la señora Carmén, empleada en la casa de mis papás, nos repitió eso antes de desmoronarse en el patio de la casa, sin fuerzas, aceptando su desaparicion que se hacía evidente y pedía perdón, entre llantos deseperados y mocos, perdir perdón, pedir perdón.
En ese momento pensé que moriría con los ojos abiertos y sin ninguna idea en la cabeza.
Bueno, el punto al parecer es transistorio, pero nadie sabe hacia donde. Un poco como la pérdida colectiva de la inocencia. Crecemos adultos y estamos asesinando todo el tiempo en tercera persona, sin darle demaciada importancia. Ofrecemos nuestros cuerpos a cambio de teorías perfeccionadas sobre los átomos y la decadencia.
Y aprieto el botón de RW, reiteradas veces, para no olvidar la escena de Scarlett Johannson y sus pantaletas rosadas, que me hacen olvidar el resto.

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