Tuesday, July 04, 2006

el discurso de n


Lo que hago es caminar. Y me encargo de que en cada recorrido no figure sólo como un peatón más. A veces me maquillo, otras veces no lo necesito. Remarco una condición de marginalidad arbitraria, jugando con las probabilidades de no existir sino como un voyerista caprichoso.
Me he despertado un Martes cualquiera, de verano y me he dado cuenta durante el almuerzo que no volvería a vivir sin tomates, al menos con un par de ellos cada doce horas.
Pero en el fondo lo único que tienes son tus ojos. Médula de una existencia injustificada, que no temen divagar y encontrarse con otros. Tristes, viajados, lentos.
Soy un desgraciado. La vida me ha tratado como a un gato bullicioso, raptado del seno nocturno y asfixiado en una bolsa de plástico, condenado al asfalto. Reducido a una mancha, a un parche de sangre, víctima de neumáticos coléricos. 20 toneladas de ropa china y un conductor indocumentado.
Pero sabemos sobre las múltiples vidas gatunas. Y sabemos que las calles se protegen a ellas mismas, y a la vez protegen a los que las habitan. Sus hijos bastardos, insomnes, escarbando la basura ajena.
Una identidad compleja, que converge intermitente en constelaciones fortuitas, bajo la noche hermética, cerca de un auto en llamas. Los perros duermen en pilas de cartón, los coopers recolectados en el metro y en las esquinas son suficientes para continuar con el carnaval de la fatuidad. No duermo para no pensar en otro lugar. Soy un conformista no cabal. Si me hastío tomaré medidas drásticas, dejo de creer en la suspención del tiempo y radicalizo el paso. Me escapo, formulo nuevas teorías, miro para el lado, le doy otro espacio a la utopía, me cambio de ropa, me afeito, reconcilio a dios con sus hijos desterrados de sí mismos, embriago a una muchacha fácil con cuentos de misterios y animales salvajes.

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