en curso
Llegué a casa y de inmediato puse el Dirt de Alice in Chains en el PC, no lo escuchaba en formato casero desde hace -por lo menos- ocho años, es decir, cuando aún no era necesario encontrar respuestas en las letras o en las matemáticas. Todo aquel proceso tenía que ver más con la capacidad de proyección. Me veía en circunstacias parecidas, masturbándome con el bajo y los platos, recitando para todos mi versión del pesimismo, en frases morbosas, acusando a los culpables que nadie menciona por miedo o porque no los consideran siquiera cómplices de la injusticia y el mal vivir.
Parado en medio de los mortales sin caracter, vistiendo el clóset de mi nana, llamando a una revolución sin precedentes, sangrienta, escandalosa. La revolución introspectiva, egocéntrica, eterna:
LOVE ME!
Estoy tirado en un barrial de campo austriaco a 16.000 km de casa. Tomándo ron barato con coca-cola de 4 euros. Reposado, medio borracho, con el sol inmisericorde en la mitad del cielo, rodeado de tiendas y botellas y vasos plásticos, latas de lentejas, condones, colillas y roqueros intoxicados.
Ya soy la mitad de hombre que solía ser. Sin discurso, lo admito, resignado a las advertencias prematuras de los viejos que tuvieron razón, amoldando a lo bruto una religión tardía, aburrido de la alharaca innecesaria, secuelas de arrebatos infantiles, transgreciones semi-independientes; estan lejos de sus padres, escojen ahora la indecencia de una adultez improvizada. Sus cuerpos tiernos, bien alimentados, han estado mucho tiempo forrados con uniformes desnudos; es hora de condenarlos, hacerlos útiles. A la merced de sus egos y la necesidad carnal. La mezcla de fluidos es una declaración de poder. Un sometimiento, una lucha constante y sin tregua. Haciendo frente a la soledad, asegurando su extinción, o al menos la no prolongación. Pero cuando se es idiota y en la piel pareciera que los colores no se destiñen, te entregas sin reflexiones, a tus iguales. En un contexto fantástico, en la pesadilla reiterada de los viejos en descomposición, y esa pesadilla se transporta eficiente, y se alza como el último de los propósitos. La música alegórica y los espacios saturados de adornos reinventados. En el paraiso autorreferente, herido, los que están dotados de una belleza convencional o extraordinaria y los que manejan el sentido común más allá de lo cotidiano, respiran anécdotas que no les pertenecen.
Parado en medio de los mortales sin caracter, vistiendo el clóset de mi nana, llamando a una revolución sin precedentes, sangrienta, escandalosa. La revolución introspectiva, egocéntrica, eterna:
LOVE ME!
Estoy tirado en un barrial de campo austriaco a 16.000 km de casa. Tomándo ron barato con coca-cola de 4 euros. Reposado, medio borracho, con el sol inmisericorde en la mitad del cielo, rodeado de tiendas y botellas y vasos plásticos, latas de lentejas, condones, colillas y roqueros intoxicados.
Ya soy la mitad de hombre que solía ser. Sin discurso, lo admito, resignado a las advertencias prematuras de los viejos que tuvieron razón, amoldando a lo bruto una religión tardía, aburrido de la alharaca innecesaria, secuelas de arrebatos infantiles, transgreciones semi-independientes; estan lejos de sus padres, escojen ahora la indecencia de una adultez improvizada. Sus cuerpos tiernos, bien alimentados, han estado mucho tiempo forrados con uniformes desnudos; es hora de condenarlos, hacerlos útiles. A la merced de sus egos y la necesidad carnal. La mezcla de fluidos es una declaración de poder. Un sometimiento, una lucha constante y sin tregua. Haciendo frente a la soledad, asegurando su extinción, o al menos la no prolongación. Pero cuando se es idiota y en la piel pareciera que los colores no se destiñen, te entregas sin reflexiones, a tus iguales. En un contexto fantástico, en la pesadilla reiterada de los viejos en descomposición, y esa pesadilla se transporta eficiente, y se alza como el último de los propósitos. La música alegórica y los espacios saturados de adornos reinventados. En el paraiso autorreferente, herido, los que están dotados de una belleza convencional o extraordinaria y los que manejan el sentido común más allá de lo cotidiano, respiran anécdotas que no les pertenecen.
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