Thursday, June 22, 2006

en curso

Llegué a casa y de inmediato puse el Dirt de Alice in Chains en el PC, no lo escuchaba en formato casero desde hace -por lo menos- ocho años, es decir, cuando aún no era necesario encontrar respuestas en las letras o en las matemáticas. Todo aquel proceso tenía que ver más con la capacidad de proyección. Me veía en circunstacias parecidas, masturbándome con el bajo y los platos, recitando para todos mi versión del pesimismo, en frases morbosas, acusando a los culpables que nadie menciona por miedo o porque no los consideran siquiera cómplices de la injusticia y el mal vivir.
Parado en medio de los mortales sin caracter, vistiendo el clóset de mi nana, llamando a una revolución sin precedentes, sangrienta, escandalosa. La revolución introspectiva, egocéntrica, eterna:
LOVE ME!
Estoy tirado en un barrial de campo austriaco a 16.000 km de casa. Tomándo ron barato con coca-cola de 4 euros. Reposado, medio borracho, con el sol inmisericorde en la mitad del cielo, rodeado de tiendas y botellas y vasos plásticos, latas de lentejas, condones, colillas y roqueros intoxicados.
Ya soy la mitad de hombre que solía ser. Sin discurso, lo admito, resignado a las advertencias prematuras de los viejos que tuvieron razón, amoldando a lo bruto una religión tardía, aburrido de la alharaca innecesaria, secuelas de arrebatos infantiles, transgreciones semi-independientes; estan lejos de sus padres, escojen ahora la indecencia de una adultez improvizada. Sus cuerpos tiernos, bien alimentados, han estado mucho tiempo forrados con uniformes desnudos; es hora de condenarlos, hacerlos útiles. A la merced de sus egos y la necesidad carnal. La mezcla de fluidos es una declaración de poder. Un sometimiento, una lucha constante y sin tregua. Haciendo frente a la soledad, asegurando su extinción, o al menos la no prolongación. Pero cuando se es idiota y en la piel pareciera que los colores no se destiñen, te entregas sin reflexiones, a tus iguales. En un contexto fantástico, en la pesadilla reiterada de los viejos en descomposición, y esa pesadilla se transporta eficiente, y se alza como el último de los propósitos. La música alegórica y los espacios saturados de adornos reinventados. En el paraiso autorreferente, herido, los que están dotados de una belleza convencional o extraordinaria y los que manejan el sentido común más allá de lo cotidiano, respiran anécdotas que no les pertenecen.

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