Friday, March 17, 2006

falta de convicción en la sociedad por sus propios gustos

Mi pelo y en general mi aspecto tienen un ciclo misterioso, pero que he logrado descifrar y clasificar, pragmáticamente, a modo de itinerario. Los dos dias despues de bañarme soy un ciudadano común que resuelve sus asuntos sin problemas, es más, todo resulta un poco más simple que en los días precedentes. Luego me convierto en un troglodita, los ojos se contraen, la cabellera se aplana en la nuca con la forma de la almohada y asusto sin quererlo a infantes que se cruzan en mi camino. Al quinto día me aparezco como un artista subordinado a la melancolía y alucinaciones que, a pesar de los ojos inyectados de estimulantes y los trapos jetones, resulta interesante, o al menos misterioso. Antes de cerrar el círculo, mi cuerpo y alma son las de un vago medio podrido, pestilente, completamente autista, que arrastra la ciudad impura en su pelaje, rendido al azar del movimiento torpe y los acordes cacofónicos.
Es decir que en un total de semana y media, sólo tengo tres o cuatro días hábiles para desarrollar mi persona-grata en círculos sociales afines y en trámites imprescindibles de supervivencia.
La soluciones posibles, en el caso de querer optimizar mi tiempo y los recursos de contacto, son dos. Según lo veo: arrastrarme a la ducha y enjabonarme los cojones y perfumarlos cada dos días o, la opción radical, cortarme el pelo estilo colegial de los ´60 y ponerme decente.
Lo contradictorio y espeluznante es que ésto va quizás en contra de mis únicos principios.
Ya lo decía mi abuela: la clave del éxito es hacerse de una pinta inmaculada. Los dientes blancos y la saliva contenida

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