Monday, December 11, 2006

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Como una esquina de Buenos Aires hedionda a colillas de cigarrillos remojadas en cerveza caliente, una disección más abajo de la garganta hinchada, una mujersilla ha perdido su peso y te observa fatigada, con mirada pálida, y una manguera de carne que se inyecta en sí misma. Y mantiene los tejidos y órganos con flujos tibios de protoplasma, intermitente. Sus labios dibujados con sangre menstrual; bana su casi transparencia como un gato estoico, hundiendo las manos en saliva ácida y esparciéndosela por su cara y abdómen en un tango egoista, erótico y espiral.
Pompones negros de porristas radicales.
Sonrisa masticada y paciente, se introduce en conjunto con cuadros de soldados esqueléticos antitecnócratas, en una rebelión hambrienta, boicoteados por tanques televisivos y animadores de cartón piedra.
Y en el fondo una claque de ociosos y sudorosos espectadores, alzan sus copas celebrando la muerte de un dictador de segunda, un poudle de yankis obesos e idiotas, cobarde, refugiado en la pretención ridicula de aristócratas wannabes.
Nada es tan desalentador como una turba de hermanos tardíos esparciéndose por las interminables visectrices de la Alameda en busca de autocompación.

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