Thursday, November 30, 2006

yo soy la ciudad


Berlín es una ciudad que flota en medio de charcos de barro y mugre, desinfectada a medio día con lloviznas granizo y niebla, heladas sibéricas y olor a grasa de cerdo. Hojas secas como nieve de otono, plasta de perro, sofás disectados y dejados a la intemperie, televisores descalibrados, cocinas, microondas, lámparas de pie y pantallas floreadas: como un living de emigrantes isolado bajo los rieles del metro.
Gusanos vernáculos entre espejos tristes, demoliciones. 48 horas de desintoxicación.
Veteranos de la guerra contra el alcoholismo proclaman a gritos que el Este no vale nada, se toman un sorbo, se fuman un Cabinet, seducen a una barbie taimada y se retiran. Todos han sido algo olvidados.
Melancholie II, un bar esquinero atendido día y noche por algo parecido a una sirena vikinga con sobrepeso, que proyecta su propio fatamorgana en el semáforo y el olor a zorra atrae a los mártires del Kiez.
Nadie se sienta de frente para ahogar sus penas en espuma ni hundir en ella historias fracturadas de mujeres que pudieron cambiarlo todo, nadie sorbe sus propios mocos en la barra y espera compación de la figura maternal que expende cerveza en cantidaes desde sus múltiples tetas con sonrisa satisfecha.
Neón azul y peces planos flotando en las paredes. Música tímida que no entuciasma a nadie, clásicos prematuros, reciclados antes de que se hayan podido digerir y olvidar por completo. Como una dimensión que se congela en un lapso de silencio estéril.
Papas salteadas, omellete, pepino y tomate, café con leche. Albaniles, recolectores de basura canjeable, turistas austeros, prostitutas polacas, jubilados, lectores, ociosos, compadres de antano, etc.

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