Thursday, October 14, 2010

movements III

Puedes estar horas mirando el techo blanco sombreado por las vidas paralizadas en una fracción de segundo de un montón de guerras perdidas. Átomos esparcidos como lluvia y humo sobre el paisaje devastador de las noches. Dormir sobre mandíbulas desaparecidas y escuchar ininterrumpidamente los acordes universales del hambre. Antes de desintegrarte en un tagadá de partículas y provincianos borrachos. La incansable pelvis desafiante de los machos meros en el centro, inmunes. Disparando con la fuerza del technohouse semillas de dominación. La vertiginosa licuadora del estómago revolviéndose como la alquimia de un misil teledirigido al cuarto piso del infierno. Y ahí estaba. En un desconcierto del silencio, cómplice de mi propia traición. Contemplando una avalancha de nucas distinguidas por los candelabros de mentira que colgaban de los palcos y el techo majestuoso pintado de cielo; inalcanzable por las penurias frívolas de la sangre. Morado de vértigo. Lamiendo una pastilla de menta tras otra. La luz se atenuó hasta la penumbra. El piano, en el otro extremo del abismo, naufragaba en esa oscuridad.


La danza, la feria y la bolsa son el mismo movimiento.


Ya veía que en la repetición majadera se abrían las venas del instinto y los parroquianos discretos se tiraban guatazos al cielo. Con los brazos abiertos y ahorcados por sus corbatas antes de estrellarse. Algo que no se podía distinguir del todo. Unos petardos aturdían los costados de mis entrañas. Me concentraba en no mirar a la derecha. En cerrar los ojos y escuchar las colisiones brutales de los melancólicos en el límite del sueño. No sé si me arrepiento, ahora, de haber fingido indigestión. Y no convulsionar el status quo.. esos compases capaces de absorber todo y reordenarlo en una marcha flotante.

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