killzone
vértices tiesos
erguidos sobre el tapiz de variopinta mierda que arrastra el viento de esquinas cercanas
Piñatas rosadas y celestes de papel confort apelmazado
y un parecido formal a pajarracos prehistóricos.
Pesebres. Becerros. Vacas y Anacondas.
Suspendidas uniformemente de la señalética transversal de las avenidas. Y de los semáforos intermitentes como una masacre selvática.
candys y tampones. una compilación monofónica de cantos gregorianos envueltos en plástico.
Sonando con un carraspeado insoportable a-todo-lo-que-da, mientras cabros chicos semidesnudos y señoras corren por ahí buscando aparatos corto punzantes, palos y camotes.
Por la tarde la ciudad es una morgue.
Y las piñatas muertas son recogidas y disecadas por funcionarios parsimoniosos e indocumentados, buitres sin rostro entre restos de intestinos y utopías.
Un arranque precipitado e incendiario para chamuscar sus interiores
En la nube indisoluble de ricina
y manchas del desierto
Y un sinfín de esos placeres vacantes.
Ya no quedan suburbios que esterilizar
Con la incompetencia de los bien aventurados y su infortunio mortal
Su ternura rudimentaria sobre un esqueleto de hombre irrevocable.
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