Saturday, December 10, 2005

Lou

Aquí parte. Me tomé tu vino, viejo. Lo siento. Y nos quedamos en silencio, en la mesa número 22 con la ciudad mal iluminada girando a 2 kilómetros por hora. Era la última noche en Berlin, al menos para Lou. Había tenido suficiente y no pasaban 10 minutos sin que me lo recordara.
La mesera llegó con la segunda botella de chianti, un cenicero de repuesto y manteles. Estaba bastante oscuro, pero tenía sentido. Era preferible darse vuelta y espiar la ciudad vertiginosa a multiplicar nuestras caras sin ganas en el vidrio. Estaba contrariado. Me apetecía cerveza. Lou, para distraerse del vino y de la rotación, sacó su finepix y comenzó a fotografiar las perspectivas emergentes, el árbol de pascua, las tortas y kuchenes del mostrador, sillas, luces y a una pareja de turistas canadienses que tomaban té.
La sesión fue interrumpida por un mesero vestido como croupier caribeño con parkinson, sueño y un peluquín blanco que pareciera había freido en la mañana y recalentado en la tarde.

- No está permitido hacer fotografías en estas dependencias, hágame el favor y guarde su aparato.

Esperó unos instantes y se alejó controlando de reojo al aletargado Lou.

- No importa en que situación estes, llámese curva en prematura decadencia, si vives con un tipo que pasa gran parte del tiempo viendo tele o hablando por teléfono e inevitablemente se siente atraído por el olor a café recién preparado, estas salvado.

- Lo que es yo, he tenido suficiente.
Punk-a-bestias por todos lados y sus perros escuálidos, demandando cigarros y cerveza porque sus estados rejuvenecidos los olvidaron y a sus familias también. Digo, se contrabandean a ellos mismos para alcanzar un poquito más occidente. Pero no tiene sentido. Es que aquí nos estamos pudriendo igual.

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