Saturday, March 19, 2011

Yo y el fuego [el journal de un sicópata]

Pienso en una casa quemándose entre olivos y sal y sol radioactivo que dibuja las llamas lentas, acogedoras.

¿Cómo arde una lavadora o un televisor?

Un vestido de novia. El pan, un envase de yogurt vacío. Una rata en una bolsa de basura. Una pepona, un auto en miniatura. Una batería, un imán. 10 hectáreas de maíz y claveles.

Quiero verlo todo arder.

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Durante un experimento bastante estúpido sobre la combustión de los alcoholes, que exponían unas compañeras frente a la clase aburrida de “ciencias”, esa calma característica del valle y el cielo blanco de la mañana ocasionaron la determinación (tal vez) morbosa de una gorda desordenada que no aguantó la inercia. Vertió un chorro desmedido de alcohol metílico sobre un vaso precipitado en llamas. Este rebalsó ardiendo y alcanzó a un compañero que traía de esas tenidas deportivas inflamables. Se prendió de inmediato a la altura de las piernas. Y el fuego ascendía precipitado fuera de control, provocando pánico inmediato. Una característica que respeto del fuego es que por insignificante que sea al principio, tiene la capacidad de expanderse raudamente con violencia vivificante. La profesora comenzó a llorar, mientras se tapaba la cara y daba saltitos nerviosos, a los pocos segundos. La mayoría de mis compañeros observaban retirados y asustados. Con cierto respeto se mordían las uñas. Otros intentaron extinguirlo con polerones y paños. Y Melús se movía como en una diablada. O era el diablo en persona apoderado del cuerpo de Melús, inmune y juguetón, neutralizando a la autoridad, reduciéndola a una magdalena frustrada que no puede pensar en otra cosa que en su propia fatalidad. Un compañero inadaptado, siempre muy silencioso, se para en la mesa del pupitre y con la mano derecha empuñada grita: ¡revolucióooooon! Aprovechando que la profe está inutilizada y los compañeros absortos en todos esos pequeños eventos desordenados. Sin saber que pensar, removiéndose distintas cosas en el interior de cada uno. En secreto, compartimos esas revelaciones de carácter y personalidad. No me cabe duda que al menos dos compañeritos querían ver a Melús calcinado, o consumiéndose lentamente hasta la muerte. Otros estaban estupefactos, casi inconcientes almacenando simbolismos en el tapiz del cerebro, para la adultez, quién sabe. Otros, por defecto, o por una moral mayor inculcada a punta de iglesias y cinturones deciden acabar con el show, se arman de valor y aplacan su curiosidad, y ese momento puede pesar después, ser el bueno porque sí. Cogen el extinguidor de la pared de afuera y rocían el polvo sobre Melús aleteando con la gracia de un cóndor. Dios. Esto se acaba, ahora vienen los pormenores aburridos. Melús está bien, un poco choqueado naturalmente, como saliendo de un trance, pero bien. Algo desnudo.

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