Friday, April 11, 2008

dónde

No estaba asustado. 

Caí en un pantano espeso lleno de bambú espinoso, alambre de púas y aplastado por una tarde nebulosa. Estaba en un antiguo rancho norteño inundado de vinagre. Huesos de caballo y cachos de toro flotan podridos entre la corriente eclipsada. Me acerqué a un matorral amable. Descansé sin expectaciones y el olor a muerte. Tenía la sensación de no querer salir de ahí. Imaginé que en cualquier momento, talvez el menos oportuno, si comenzaba a construir una balsa con ramas secas, huesos y la madera de los cercos, algo emergería de las entrañas de aquella ciénaga viciosa, y me llevaría a su vientre de una sacudida voluptuosa. Comprendí luego que nada podía nadar entre esa peste, ni la criatura mitológicamente condenada, ni un despatriado errabundo. Ni siquiera la muerte; porque no había nadie ni nada que linchar.   

Sólo un televisor flotando encendido a unos metros.  Me acerqué vacilante arrastrado por la corriente vertiginosa, fui empujado de espalda hacía las paredes subacuáticas de alambre. No sentí dolor. Y cuando estuve al lado, lo acomodé en dirección a mi antiguo refugio. Al menos no me aburriré, pensé. Volví nadando un poco más rápido, por primera vez reparé en la humedad del entorno y el frío, y noté que el día se extinguiría como lo hace en cada rincón de nuestro sistema después de la vuelta astral. 
No hice fuego. 

0 Comments:

Post a Comment

<< Home