Monday, November 26, 2007

dios, pensé que no vendría

Se trata de no tener el humor suficiente para lidiar con el mundo. Y te encierras en tus desgracias y fantasías y te importa todo un rábano. A veces te ríes, cuando el absurdo ha llegado al límite
No silbo.
No me embriago. No puedo hacerlo.
He conducido todo o he dejado que todo me conduzca. Sienten pena por mí, tengo ganas de llorar. La fotografío en pelotas mientras se baña, me mira, grita un “nooo”, se tapa el ombligo en un acto reflejo de autocensura, un ombligo lleno de nudos y hendiduras. Disparo. La deseo por última vez. Es el día en el que me desecha, y me dice por vez única las cosas como son. Como las quiero escuchar, venir de dentro, de las entrañas o el alma o la bilis oscura y traicionera. Y, claro, como lo sospechaba, en parte me ve como a un niño pervertido y en parte como a un sujeto triste y frustrado con intenciones precarias y, a veces, nobles de ser un artista revolucionario.

Tengo pulseritas de cuero y lana.
Una barbita pagana.

Y grito en los recitales veraniegos con voz insurrecta: cuicos culiaos váyanse pa la casa.

Marcho. Empuño. Contorsiono el torso 45 grados hacía el suelo, levanto los codos a media altura, miro la tierra, separo los dedos de las manos, doy vueltas como en una diablada pobre. Como un buitre volando en torno al trasero de una jipi en trance.
Canto, junto al pueblo unido. Vencido.

No suda. Brilla.
Barro pedazos de piel seca, como alas de polillas desahuciadas, los meto en una pala entre polvo, migas, monedas, colillas, condones, hilachas, pendejos, pelos, hojas secas de ficus y palmera.
Su piel de reptil tierno se esparce por toda la casa.

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